¿Qué es la orientación?
Uno de los problemas que conciernen a la conceptualización de la orientación es, sin duda, la confusión terminológica que existe entre ésta y otros conceptos relacionados con ella utilizados como símiles de un mismo concepto. Estos son, entre otros y según la información recogida por Rafael Bisquerra en 1991, diversos tipos de orientación, modelos o técnicas utilizados para la misma. Es por ello que vemos conveniente clarificarlos:
La Orientación escolar se refiere al apoyo que recibe el alumno respecto a lo que afecta a su propio proceso de enseñanza-aprendizaje, como son, por ejemplo, la formación académica y los problemas de adaptación en el centro escolar. Directamente relacionada, encontramos la Orientación profesional, la cual sirve como guía de ayuda de cara a la búsqueda de empleo según la oferta existente y, sobre todo, las características ligadas a cada sujeto y sus capacidades individuales, estrechamente ligado, todo ello, a la vocación (de ahí que hablemos de una orientación profesional y vocacional). De la misma manera, la Orientación personal destaca su foco de atención hacia un ámbito más íntimo, favoreciendo el proceso de solución de problemas de carácter personal.
Otro término mal utilizado es el de “asesoramiento”, el cual no es más ni menos que una técnica de la que se sirve la orientación para poner en práctica el proceso de guía de ayuda.
Así como un psicopedagogo considera, dentro de la Orientación educativa, el modelo terapéutico como una herramienta de la misma, los psicólogos suelen referirse a este como “psicología escolar”.
Como vemos, la falta de información sobre la orientación puede confundir su significación. Nosotros entendemos por Orientación un proceso de relación de ayuda continuo a todas las personas, así como el fomento de su crecimiento y desarrollo para su realización personal.
Evolución histórica de la orientación.
La orientación, entendiéndola como una actividad con sus propios objetivos específicos, no emerge, según la CEAPA, hasta principios del siglo XX. En un primer momento se la identificó exclusivamente como un nuevo campo profesional, aunque más tarde fue abriéndose paso como disciplina educativa y social.
Sin embargo, poco trascendente ha resultado la orientación de cara a la comunidad educativa: exceptuando la creación del primer Instituto de Orientación Profesional de España, en Barcelona (1918), así como del Instituto de Orientación y Selección Profesional, en Madrid (1924), la repercusión ha sido muy escasa. Muchos autores defienden la idea de que gran parte de la importante información sobre la orientación ha llegado sesgada e incompleta, causando la confusión conceptual de la que ya hablábamos anteriormente, limitando esta a su perspectiva terapéutica y de información profesional-vocacional. Ante esto, se ha generado un enfoque preventivo y de desarrollo que actualmente esta consiguiendo muchos logros.
Con la entrada en vigor de la LOGSE y el debate social sobre la Reforma del Sistema Educativo, el asunto resurge retomando importancia. A raíz de entonces, se crea el caldo de cultivo propicio para dotar de una nueva cara a la orientación, la cual abarca un contexto educativo mucho más amplio, atendiendo a la prevención y al desarrollo potencial de los alumnos y teniendo en cuenta las variables y factores que contemplan el sistema educativo, y así satisfacer las necesidades educativas que demanda la sociedad.
COMPETENCIAS
En base a la confusión terminológica y a la poca trascendencia que ha tenido la orientación a lo largo de los años, la figura profesional se ha visto afectada por una visión social muy infravalorada. Esto es debido a que no existe una imagen clara del orientador en la sociedad, y a que esta imagen ha estado siendo perjudicada por los propios psicopedagogos, ya que muchos no siguen sus reglas, mostrando una cara improductiva de la profesión y, por tanto, desestimando sus funciones.
Es por esto imprescindible clarificar nuestras idoneidades y defenderlas, haciendo buen uso de nuestras capacidades profesionales. Pero, si nosotros mismos no somos conscientes de ellas, ¿quién podrá serlo?
De ahí la importancia de reseñar las competencias básicas de los orientadores, de cara a nuestro propio conocimiento (si un psicopedagogo no tiene esto claro, ¿cómo va a luchar por ello?), a una buena puesta en práctica de las mismas y, por consiguiente, a que pueda darse una nueva valoración a nuestras cualidades profesionales en la sociedad en la que vivimos. A continuación se exponen, por tanto, dichas competencias:
· Competencia en el diseño, coparticipación y evaluación de programas de intervención psicopedagógica.
· Conocimiento, desarrollo y evaluación de nuevas metodologías didácticas y organizativas.
· Profundización documentada y rigurosa en metodologías que se ajusten al aula y que deriven en formas diversas de organización de sus actividades. Se propone el conocimiento y manejo de técnicas metodológicas actuales como el aprendizaje cooperativo, la tutoría entre iguales o las aulas en red.
· Formación en capacitación y competencia comunicativa. Esta competencia, con frecuencia olvidada, es percibida por la mayoría de los orientadores y orientadoras con experiencia como imprescindible: “mi principal instrumento de trabajo –señalaba un orientador en una investigación reciente – es la capacidad de comunicar y generar confianza. Con eso, lo demás viene solo” (Luque Lozano, 2005: 235).
· Actualización en los avances que se producen en diferentes disciplinas, desde las neurociencias a la genética, que faciliten el diagnóstico psicopedagógico y permitan diseñar actuaciones con el mayor rigor científico posible.
· Formación en técnicas de resolución de problemas, consistente en el establecimiento de un protocolo de actuación básico ante problemas o demandas habituales que permita ganar tiempo e ir sistematizando la experiencia. La competencia requiere además detectar cuándo es necesario actualizarse, lo cual es una subcompetencia en sí misma. A este respecto, señalaba una orientadora: “he ido aprendiendo que sobre cada problema que aparece hay algo que tengo que estudiar; cuando empiezas crees que no sabes nada y, al mismo tiempo, no sabes identificar lo que tienes que aprender” (Luque Lozano, 2005: 234).
· Competencia en el uso para el diseño, desarrollo y evaluación de programas apoyados en las tecnologías de la información.
excelente aporte.
ResponderEliminar